Imaginemos la siguiente situación: hay tres personas
estudiando en una biblioteca, dos de ellas en una mesa y la tercera en la mesa
contigua. Los dos que están juntos hablan demasiado alto, y el tercero les dice
que no molesten, que es una biblioteca y que está intentando estudiar.
Los otros dos se miran, y uno le dice:
-
el otro día también hablabas tú y molestabas, ahora no
te quejes, te aguantas.
Vamos a ver, esto es muy típico, y situaciones semejantes
también lo son. Uno se defiende de un argumento atacando a la persona que lo
está defendiendo, en vez de atacar el argumento. Esto se llama falacia ad hominem.
El que molesta le dice al otro que tiene que aguantarse,
considera que es mucha cara dura exigir hacer algo que luego el otro no hace.
Pero no importa quién le diga que tiene que dejar de molestar. En la biblioteca
hay unas normas y hay que cumplirlas, no importa quién te lo diga. El mensaje
es el mismo, y no es más o menos correcto según quién te lo dice.
Uno no puede permitirse la licencia de cumplir o no las
normas según lo que hagan los demás. De esta manera, el hecho de estar con una
persona que ha incumplido una norma otorgaría a los demás el privilegio de
saltársela. ¿Cómo puede ser esto, que una norma se cumpla en función de con
quién trates?
Recuerdo en la gran película “Espartaco”, cuando los
primeros esclavos se rebelan y consiguen someter a sus amos. Unos cuantos toman
a dos aristócratas romanos y los obligan a pelear a muerte, como si fueran gladiadores.
Cuando Espartaco ve lo que han organizado, grita escandalizado: ¿nos hemos
convertido en romanos?
La falacia ad hominem
se ve mucho en el mundo de la política. En vez de atacar el argumento del
interlocutor, muchos lo que hacen es atacar al interlocutor mismo. Y esto se
repite constantemente, es un clásico en los debates.
Imaginemos otra conversación, un debate muy simplificado
entre un miembro del PSOE y un miembro del PP:
- Estáis recortando
mucho en educación e investigación, eso no está bien.
- Vosotros hicisteis
lo mismo, así que a callar.
El PP no tiene manera de legitimar sus recortes y sus
acciones, no puede defender sus argumentos, perdería el debate. Lo que hace
entonces es atacar a su interlocutor, y da la sensación de que gana. De que
tiene razón. Pero no argumenta, no explica. Si pudiese hacerlo lo haría, no
tendría necesidad de atacar al contrario. “Yo soy malo, pero mira también al
otro, qué hipócrita”.
Parece que es el que tiene razón, que es el bueno, el listo
y el mejor. Pero no es así. Tiene políticas impopulares y las protege con
falacias, con mentiras o con evasivas. También Zapatero era bueno con sus
juegos retóricos. El caso es dar la imagen de estar en posesión de la razón, y
así ganar unos votos. Si todos los votantes tuvieran unas nociones básicas de
argumentación lógica, otros estarían gobernando, y mucho mejor irían las cosas
ahora.
Creo yo.