La historia se encuadra en las
Montañas Rocosas, donde empezaron a aparecer importantes yacimientos de cobre,
sobre todo a partir de los años 80 del siglo XIX. El principal holding nacional
que se instaló allí fue la Amalgamated
Copper Company, que operaba en Montana a través de la Anaconda Copper Mining Company.
Por aquel entonces la
purificación del metal se efectuaba al aire libre, lo cual maximizaba la
contaminación atmosférica. Se acabó prohibiendo esta actividad en el interior
de las ciudades. No es que existiera un amor por el planeta Tierra en aquel
entonces, simplemente la gente empezaba a tener problemas respiratorios de
manera generalizada. Y morían: en la ciudad de Butte
(Principal ciudad surgida por el aumento de la actividad minera de la zona) sólo entre Enero y Marzo de 1891 se registraron
242 muertes por problemas respiratorios.
Por si fuera poco, a finales de siglo
la vegetación de los alrededores de la ciudad había desaparecido.
No todas las empresas aceptaron
la prohibición. Algunas, como la Boston
and Montana Company, dijeron que no había relación entre las enfermedades
respiratorias y la emisión de gases. También utilizaron el argumento económico,
alegando que se perderían empleos y habría empobrecimiento generalizado en las
zonas mineras si se detenían las calcinaciones. Su lema era “No smoke, no wages for workingmen” (Si
no hay humo, no hay salarios para los trabajadores). El ayuntamiento acabó
llevándolos a los tribunales, y ganó.
Volvamos a la Anaconda Copper Company. Esta no operaba
en la propia ciudad de Butte, sino
que construyó, a 60 km
de la misma, una fundición, la más grande y moderna del mundo. En torno a la misma
se fue conformando poco a poco una ciudad, y en honor a la compañía se bautizó
con el nombre de “Anaconda”.
El mismo año en que empezó a
funcionar la fundición (1902), los granjeros de los alrededores empezaron a
apreciar síntomas en vacas y caballos. Demandaron a la empresa. Incluso
contrataron a dos químicos que confirmaron que la fuente del problema eran las
emisiones de la fundición. La compañía lo reconoció, y repartió 330.000 $ entre
los granjeros que tenían su ganado dentro de un radio de 7,5 km, que era la zona
afectada por los humos.
Para evitarse más problemas, la
empresa construyó chimeneas mucho más altas, de manera que los humos se
dispersaran mejor. No funcionó. Los granjeros se volvieron a quejar. Y no sólo
a 7,5 km
a la redonda, esta vez hubo quejas a más de 20 km de la fundición.
Queriendo atenuar el problema acabaron expandiéndolo. Se asociaron y fueron a
juicio pidiendo a la empresa una indemnización de 1.175.000 $.
Esta vez la empresa no cedió, y
negó su culpabilidad. Contrató a expertos en el tema para que dijeran que no
había conexión ninguna entre las emisiones y la mala salud del ganado. También
“presionó” al juez para que resolviera el pleito a su favor. Y con buen resultado: al final Anaconda tuvo que pagar tan sólo 300 $ a
uno de los cabecillas de la asociación de granjeros. Para chinchar un poco más,
la compañía hizo una campaña en la prensa en contra de los granjeros,
organizando incluso ferias de ganado mostrando la buena salud de las reses de
la zona.
Los granjeros respondieron, ahora
de otra manera. Llamaron al mismísimo presidente F. D. Roosevelt para que intercediera en su favor. Quisieron
aprovechar que el presidente se reconocía a sí mismo como western man (algo así como “campechano”), y que daría razón a la gente del campo. La solución que dio fue
que la compañía crease unas instalaciones que sirviesen para reutilizar los
desechos químicos. Les salía por 3.000.000 $. Se negaron, comenzando así una
dura batalla en los tribunales. Anaconda
movilizó a los medios de comunicación y a otros conglomerados empresariales
para que apoyaran su causa, provocando bastante revuelo. Por si fuera poco, acabaron
comprando a L. Johnson, el abogado del estado que los había encarado en los
tribunales. Todo esto tuvo como resultado una resolución ridícula: se crearía
una comisión para resolver el problema, siendo todos sus participantes miembros
de la empresa. Hicieron falta muchos años para que Anaconda decidiera empezar a tratar los humos antes de expulsarlos.
Como puede verse, la actitud de
la Anaconda Copper Company hace que sirva
como ejemplo real de “empresa maligna”. Sólo el nombre que se puso a sí misma sugiere
que no les importaba mucho parecerlo. Compró el poder político, el poder
judicial y los medios de comunicación sólo por seguir con su jugosa actividad
metalífera. Como decía Jafar (El malo de "Aladín"), quien tiene el oro hace las reglas. Y esto no se
limita a empresas malignas, es la norma general que rige el funcionamiento de
nuestra realidad: en los papeles de Bárcenas aparecen las grandes constructoras
que “fomentaron” que el gobierno diera facilidades para construir
frenéticamente y alimentar toda la burbuja inmobiliaria que nos llevó al
desastre. José Mª Aznar y Felipe González tuvieron sueldazos de Endesa y Gas
Natural tras haberlas privatizado durante sus respectivos gobiernos. Cuando el
gobierno republicano dio tierras a los campesinos expropiándoselas a los
terratenientes, éstos se enfadaron mucho y apoyaron económicamente a Franco
para que lo remediase…
Todos votamos y eso nos gusta,
pero el poder real lo da la pasta. Así funciona el liberalismo económico. Como dijo Neil Young, “Keep on rockin`
in the free World”:
http://www.youtube.com/watch?v=y9SMXkpowo0
Dedico la entrada (y obligo a escuchar la canción) a Alicia Castaño.
Dedico la entrada (y obligo a escuchar la canción) a Alicia Castaño.