Hace poco, tomando una caña, un amigo me preguntó que qué es
lo que yo opinaba sobre que Stalin mandara edificar estatuas suyas en la URSS,
con el objeto de consolidar el culto sobre su persona. Yo le dije que eso
beneficiaba a la clase trabajadora en su conjunto, pues fortalecía al bloque
socialista. Me parecía bien. Así acabó la conversación, pues mi posicionamiento era
inadmisible e inhumano para cualquier persona con sentido común.
Es sólo un ejemplo
de los miles de “microjuicios” que se hacen constantemente. Juicios de hechos
aislados, en los que la gente critica actuaciones sin tener en cuenta el
contexto. Contexto que la gente suele negarse a escuchar, pues uno escucha con
más facilidad aquello que encaja mejor con sus prejuicios. Si alguien es
católico, por ejemplo, rechazará escuchar críticas a la religión o a la
Iglesia, o por lo menos no las asimilará fácilmente, pues son cosas que no “encajan”
con unos esquemas mentales previos.
Lo mismo ocurre con el fútbol. Nadie acepta normalmente un penalti,
una falta, un fuera de juego… si afecta a su equipo de fútbol. Hay una
subjetividad tremenda.
Volviendo a los “microjuicios” superficiales, hay ejemplos
de sobra para ver que sin un contexto, las valoraciones que sea hagan no tienen
ningún valor. Son críticas en abstracto. “Fomentar el culto a la persona está
mal”. “Matar está mal”. “Mentir está mal”. Se critican conductas haciendo oídos
sordos al mundo real. En el caso de las mentiras es distinto. En nuestra
cultura tienen cabida las mentiras piadosas. Porque no siempre la verdad es la
mejor opción. A veces la gente tiene en cuenta un contexto complejo y decide mentir,
porque es evidente que a veces es mejor. Creo que un mundo en el que todo el
mundo dijera lo que piensa de manera sincera sería un mundo horrible.
Yo reivindico las mentiras piadosas como algo de gran valor,
y también reivindico los homicidios piadosos, y las estatuas ensalzando a personajes
históricos, y reivindico Stalingrado, una ciudad con el nombre de una persona, detalle
mucho más inhumano que hacer una estatua. Hablando del contexto, esta ciudad
tuvo una importancia crucial, pues detuvo a los nazis, y los hizo retroceder de
manera definitiva. Era una ciudad simbólica. Si los soviéticos la perdían, su
moral se derrumbaría, y seguramente no tardarían en rendirse, pues su líder
habría quedado humillado. No fue así. Se hicieron esfuerzos sobrehumanos por
defenderla, y se venció.
El malvado culto a la persona sirvió para mantener unida a
la Unión Soviética, y para salvarla de los nazis, ampliando un mundo nuevo en
el que los derechos fundamentales (derecho al trabajo, a la vivienda, a la
sanidad, a la educación…) estaban garantizados.
Yo me alegro de que la gente que hacía esos juicios infantiles
no triunfara en otras épocas. Me alegro de que no arruinaran logros como la
Revolución Francesa, diciendo: “no debemos matar”. “La revolución debe ser
perfecta, con felicidad y amor”. No es que a mí me guste la guillotina y el
terror revolucionario, pero así se dio a luz a la democracia, y no pudo ser de
otro modo, por mucho que digan los que no tienen ni idea de historia. El
espíritu democrático y republicano no se
expandió él solito por Europa, Napoleón estaba a la cabeza de un ejército
revolucionario. Un hombre malo, poderoso, admirado y temido. Como Stalin. Orwell
fue uno de los que establecieron esa comparación. Gracias a Napoleón y a su
revolución, en España creció un movimiento por crear una constitución con derechos
fundamentales (Constitución de 1812), derechos impensables en una monarquía
absoluta. Un ejemplo es el del derecho a un juicio justo. En el que
participaban jueces y abogados defensores, no reyes. En los que se condenaba a
los condenados en función de pruebas, testigos… teniendo en cuenta un contexto.
Reivindiquemos los juicios justos, los juicios que se hacen bien, y no los
juicios superficiales y breves. Luego nos dejamos engañar por telediarios que
muestran a presidentes latinoamericanos hablando de pajaritos. Luego exigimos
al socialismo que no tenga ni una sola imperfección, y rechazamos todo aquello
que no satisfaga a un absurdo ideal romántico completamente alejado de la
realidad. Esas críticas constantes son un serio lastre para los cambios
sociales. Se pretende atar las manos a los que queremos transformar el mundo,
de modo que parece que no se puede hacer prácticamente nada. A las élites les
encanta que la izquierda tenga ese lastre, pues la deja discapacitada, inútil.
No seamos superficiales y analicemos las cosas con su
contexto. Y de paso recordemos al único país que dio armamento a la República
Española, a la España democrática: la URSS. Mucho se parecen Stalin y Napoleón
en aquello de expandir la democracia a nivel internacional.