En esta entrada explicaré el modo
en que resuelvo el conocido interrogante. ¿Cuál es el sentido de la vida?
Empecemos cambiando de pregunta. ¿Qué significa “el sentido de la vida”? El
sentido de algo es su razón de ser, su objetivo, su fin. El sentido de un
destornillador es sacar tornillos. Ése es su destino, esa es su función, su
“sentido de la vida”.
El problema que tenemos es que el
ser humano no ha sido construido con un objetivo concreto tan vistoso como
sucede con el destornillador. Es más complejo. Y hablo del ser humano porque el
sentido de la vida es algo que siempre se ha entendido como el sentido de la
vida humana. Como humanos nos preocupamos de lo nuestro.
Analicemos nuestro
funcionamiento, contemplémonos como máquinas. Es lo necesario si queremos saber
cuál es el sentido de nuestra existencia. ¿Para qué estamos aquí? ¿Cuál es
nuestro fin último?
Podemos empezar por cualquier
parte de nuestro cuerpo. La boca. Sirve para comer. Comiendo mantenemos nuestro
cuerpo íntegro. Para ello necesitamos además nuestros músculos y huesos. Nuestro
cerebro y nuestros sentidos. Piernas para movernos y encontrar alimento, ojos
para localizarlo, brazos para manipularlo. Nuestro cuerpo nos sirve para
conseguir alimento, el alimento nos sirve para mantener ese cuerpo, que a su
vez nos sirve para alimentarnos.
Nos hemos topado con una falacia
circular. Un bucle sin solución. Esto no nos conduce a la verdad sobre el
sentido de la vida, no es satisfactorio, hay que seguir otro camino.
Volvamos a las piernas y a
nuestros órganos de los sentidos. No sólo sirven para encontrar alimento,
sirven también para encontrar a otros seres humanos con los que relacionarnos.
Y follar. Y crear así nuevos seres humanos, que también tienen órganos
genitales que sirven para poder generar otros seres humanos.
Nos hemos vuelto a topar con una
falacia circular. Los seres humanos sirven para crear otros seres humanos, que
sirven para crear más humanos. Y luego, ¿para qué? Otra vez dando vueltas en
círculos.
Bien, volvamos ahora a la boca.
Tiene a continuación todo un tubo digestivo, que sirve para absorber los
nutrientes que contiene el alimento. Lo que no se aprovecha es expulsado
finalmente por el ano. La mierda. Se genera mierda.
En este tercer intento no hemos
caído en la falacia circular. La mierda, a los humanos, no nos sirve para nada.
Qué extraño: no nos conduce a ningún bucle como los anteriormente descritos,
bucles que hacen que parezca que la vida no tiene sentido. La mierda es un
verso suelto. Y por eso en ella reside la respuesta.
Volvamos al destornillador. Una
máquina que desatornilla. El ser humano. Una máquina que caga. Si encerrásemos
a un ser humano en una habitación cerrada en la que le damos lo suficiente para
que sobreviva, veríamos que, con el paso de los días, la habitación se va
llenando de mierda. Somos fábricas de mierda. Pero nosotros vivimos con
retretes. Cagamos, tiramos de la cadena y la mierda desaparece. La olvidamos,
normalmente no pensamos después en ella. Y por culpa de esto no nos damos
cuenta del auténtico sentido de nuestra existencia.
La mierda es lo que generamos,
aquello para lo que funcionamos. Nuestra razón de ser. La mierda es nuestro
producto. Nuestra firma en la tierra, nuestro legado. Nuestro sentido de la
vida.
Curiosamente, nuestro desarrollo
embrionario temprano parece decir mucho sobre la razón de nuestra existencia. En
la fase en que el embrión es tan sólo una esfera hueca formada por una única
capa de células (fase de blástula), lo primero que se forma a continuación es
un poro. Este primer poro es lo que posteriormente dará lugar al ano.
Que el ano sea la primera
estructura en aparecer no significa necesariamente que sea la más importante,
pero este aspecto es otro de los muchos que fortalecen mi teoría sobre la vida
humana, que es que el sentido de la vida no es ni más ni menos que cagar.
Seguramente, los primeros que
rechazarían mi teoría sobre la vida serían los religiosos, pues ellos tienen
sus propias explicaciones a este tipo de cuestiones metafísicas. Pero han de
tener en cuenta un detalle, expuesto a continuación:
Cuando una persona se queja,
cuando necesita desahogarse momentáneamente, cuando desespera, cuando le parece
que su vida pierde el sentido… en ocasiones clama a Dios, y grita su nombre:
“¡Dios!”. Otras veces clama a la mierda, que es precisamente la alternativa
no-teísta que ofrece mi teoría de mierda. Grita entonces: “¡Mierda!”. Cuando
una persona combina ambos entes en su evocación, enfrentándolos, lo que exclama
es: “¡Me cago en Dios!”.
Y así vence la mierda, vence al
caer sobre Dios, vence en boca de todos aquellos que diariamente se cagan en
Dios, en una explosión de rabia e insatisfacción. Tienen la respuesta última en
la misma frase que les sale del corazón, pero no la ven, a pesar de tenerla en
sus propias bocas.
Otra analogía con la religión:
las diferentes religiones prohíben la ingesta de ciertos alimentos, según la época
del año en algunos casos. De la misma manera, según cómo sea tu mierda, deberás
o no comer una u otra cosa. Si eres judío, no comas cerdo. Si tienes diarrea,
no comas ciruelas.
Para finalizar, una última
observación: anteriormente habíamos hablado de comer, de caminar, de
reproducirnos. Podemos aguantar días sin comer, podemos evitar caminar, podemos
aguantar meses sin intentar reproducirnos. Pero no podemos evitar cagar. No
está sometido a nuestra voluntad. Es algo implacable.
De hecho, si por algún problema
intestinal nos es difícil cagar, sentimos dolor, incluso podemos sentirnos
morir. Esto es porque estamos fallando como generadores de mierda, somos
defectuosos en nuestra función, en nuestra misma razón de ser, nuestro destino.
Si a alguien le parece poco
satisfactoria mi respuesta, puede que sea necesario que cambie el enfoque
finalista que yo uso por otro diferente.
Dedicado a Rafael Góngora.