Ayer, en el programa “La sexta noche”, Paco Marhuenda le
preguntó a Alberto Garzón que si apoyaba los genocidios del comunismo. Dijo que
no entendía cómo podía haber gente comunista, y que el fascismo era lo mismo
que el comunismo, pues ambos mataron a mucha gente.
Garzón dijo que en absoluto apoyaba el asesinato, y defendió
a los comunistas diciendo que gracias a su lucha y a la de los sindicatos se
consiguieron las conquistas laborales y sociales que disfrutamos ahora.
Carmelo Encinas le apoyó, haciendo entender que era
absurdo acusar a los comunistas de hoy de esos crímenes, pues era lo mismo que criticar
a los católicos echándoles la culpa de la inquisición, las cruzadas, etc.
También discutieron sobre la guerra civil, discusión en la
que no faltó el típico “Fue una guerra de malos contra malos”, de boca de
Eduardo Inda. Garzón señaló que no fue así, y que no valían las medias tintas.
Las medias tintas, ese es el problema central. Como los
comunistas mataron y los fascistas mataron, comunismo es lo mismo que fascismo.
O Paco Marhuenda es un borrego ignorante, o es que quiere que la gente lo sea. Ese
reduccionismo se pasa por todo el forro toda la historia del siglo XX.
El fascismo fue una clarísima reacción violenta ante el auge
del movimiento obrero. Durante la segunda república, la democracia permitió que
los trabajadores tuviesen mejores condiciones laborales, y que sus hijos
tuviesen una escuela laica y pública. A los empresarios estaban acostumbrados a
imponer su propia voluntad, no les gustaba tener que negociar convenios
colectivos y ponerse de acuerdo con los trabajadores. Tampoco gustó la
república a los terratenientes, que tuvieron que ceder tierras a los agricultores
que la trabajaban y no la tenían. ¡Qué injusto dar la tierra a quien la
trabajaba, y no que se la quedara el que la poseía por legítimo derecho
hereditario!
Estos señores con pasta no estaban acostumbrados a que algo
les saliera mal, y lo mismo le ocurría a la iglesia, que se sentía ultrajada
porque perdió el monopolio de la educación, que hasta entonces era pura
doctrina católica. Aprovecharon que parte del ejército estaba un poco enfadado (por
una reforma militar que redujo el número de oficiales) y financiaron un golpe,
con Franco a la cabeza. Obviamente mucha gente salió a la calle a defender la
democracia y todo lo bueno que estaba dándole. Y con ellos estaban los
sindicalistas, los socialistas y los comunistas, dando ejemplo en su lucha
junto a la clase trabajadora. Fue el poder de un pueblo contra el poder del
dinero, teñido de “nacionalcatolicismo”. Hubo actos deplorables en ambos
bandos, pero reducirlo a una lucha de malos contra malos es un cuento para
ignorantes, para borregos.
A muchos les podrá parecer una paranoia, pero qué curioso
que la lucha de clases se aprecie tan bien en otros casos de fascismo, como en
Alemania. Hitler era un ferviente anticomunista, acusó a los marxistas de quemar
el Reichtag, incluso los culpó del crack del 29, olé sus cojones. Normal que
grandes empresas como Krupp, Thyssen o Siemenes lo apoyaran (con capital,
claro). Para conseguir el apoyo de los trabajadores, el muy caradura colocó su
esvástica sobre una bandera de fondo rojo, y bautizó a su partido como “nacionalsocialista”.
Esto mismo es claramente apreciable en el caso de Mussolini,
y de los innumerables dictadores que en pleno siglo XXI siguen dando golpes en
Latinoamérica. No hace falta profundizar mucho para entenderlo. Quien no lo ve
es porque no quiere. Paco Marhuenda prefiere que la gente diga: “los comunistas
y los fascistas son lo mismo, y punto”. Hay que destacar lo del “y punto”. Algo
así como “eso es todo”, o “no me cuentes historias”, o “no me da el cerebro
para más”. Pobres los que hacen caso de ese señor. A veces parece que quiera
que le sigan sólo los borregos. Vocación de pastor tiene este personaje.
Si no te interesan la política ni la historia, puedes
masticar esa mierda de “malos contra malos” y “el comunismo es igual que el
fascismo”, le ahorrarás trabajo a tu cerebro. Otros preferimos analizar el
mundo para así poder mejorarlo.
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ResponderEliminarMe gustaría compartir una reflexión sobre este señor y sus ideas.
EliminarHace tiempo, en un debate televisivo, escuché de él la siguiente argumentación: "no podemos subir los impuestos a las grandes fortunas que tributan en España, ya que de hacerlo así, estas podrían irse a un país no tan "recaudador" y España perdería esas riquezas". El problema, pensamos algunos, es que existe o debería existir algo llamado Justicia social.
Hace poco he visto "Lincoln" de Steven Spielberg (película que aprovecho para recomendar)
En ella los confederados del sur establecían como condición para firmar la paz con la Unión la derogación de la decimotercera enmienda, que abolía la esclavitud. Sus razones eran que la economía sureña se basaba en los trabajos forzados de los negros y se iría a pique si su mano de obra se hacía libre. La esclavitud, afortunadamente y gracias a hombres como Lincoln, acabó por desaparecer en EEUU. Tristemente parece que, hoy día, en pleno s.XXI y en España, aun quedan restos de la cruel argumentación que trajo al mundo esa injusticia.
Yo, por mi parte, prefiero tener un país justo con sus ciudadanos y quizás no tan rico a un paraíso de dinero y riquezas basado en la injusticia.
Platón, La República. "La justicia estaría en esa categoría de cosas que, si se quiere ser feliz, hay que amar tanto por si mismas como por lo que de ellas deriva"
Pues no se me había ocurrido esa comparación pero sí que es muy adecuada, la argumentación es la misma. Con tu permiso me la voy a apropiar, es bastante potente, sobre todo porque ya existe consenso respecto a dicha guerra (todavía no he oído a nadie poniéndose del lado de los esclavistas).
Eliminar¡Gracias!