El oscurantismo posmoderno
El término “oscurantismo” suele reservarse para el período medieval durante
el cual se entorpeció deliberadamente la búsqueda del conocimiento, a fin de
alejar a los seres humanos del empleo de la razón y volcarlos hacia la fe. En
términos generales, oscurantismo sirve también para hacer referencia a autores
que escriben deliberadamente con la intención de que no se les entienda.
Pues bien, una particularidad de los autores posmodernos es su
oscurantismo, es decir, la poca claridad con la que se expresan. Esto hace que
muchas de sus afirmaciones resulten irrefutables, porque es imposible saber qué
es lo que significan.
El posmodernismo ha difundido la idea de que los buenos autores son
aquellos a quienes no se les entiende, pues eso significa que son autores
complejos, profundos.
Cuando alguien dice que una proposición posmoderna es errónea, el
posmoderno siempre podrá decir que no se le ha entendido, que su discurso es
muy complejo.
Varios posmodernos han reconocido su intención de no hacerse entender, como
Derrida, el padre del deconstructivismo. Roland Barthes, otro posmoderno, dice
que la claridad del lenguaje es una “ideología burguesa”. Dice que la
valoración de la calidad en la prosa surge en el siglo XVII, a la vez que la
burguesía. Aunque esto pueda ser cierto, no significa que la estrategia de la
clase obrera tenga que consistir en soltar disparates ininteligibles para hacer
la revolución.
Jaques Lacan, representante del posmodernismo y del psicoanálisis (doble
timo), decía: cuanto menos entienden, mejor escuchan. Este hombre llegó a decir
que el falo es idéntico a la raíz cuadrada de menos uno. Deformaba y fusionaba
palabras de manera absurda creando un lenguaje propio, usaba juegos de palabras,
homofonías, utilizaba términos matemáticos (estructuras algebraicas, de teoría
de grupos y de topología) sin venir a cuento, incluso inventaba formas
matemáticas, los “matemas”, que escandalizaban a los científicos. Su escritura
parecía buscar sólo la excentricidad. El libro “imposturas intelectuales”
dedica un capítulo a destapar las absurdeces de este psicoanalista.
Al igual que Lacan, los mencionados Derrida y Barthes también tomaron la
costumbre de inventar palabras. Derrida a veces incorporaba al texto media
palabra, y en la página siguiente ponía la segunda mitad de la palabra.
Los que se oponen al predominio de la razón, naturalmente se oponen a la
claridad en el lenguaje. Los ilustrados confiaron en la utilidad del lenguaje
como herramienta que representara el mundo a través de la razón. Como los
posmodernos dicen que el lenguaje nunca podrá representar el mundo, utilizan un
lenguaje confuso para ratificar su postura.
La claridad en el lenguaje ha conducido al bienestar humano. Si empezamos a
hablar de forma ininteligible, dejaremos de entendernos, lo cual haría
derrumbar el edificio de nuestra civilización.
El relativismo posmoderno
Si a un posmoderno le preguntas que si Dios existe, probablemente te
responderá “sí y no”. Es decir, que existe para los creyentes pero que no
existe para los ateos. Según los posmodernos, la verdad es relativa, y cada
cual tiene “su verdad”. Eso implica que las verdades universales simplemente no
existen. Los posmodernos dicen que esto traerá la igualdad social, porque en
los debates no habrá ganadores ni vencedores, y todos seremos igual de
poseedores de la verdad. Esto es una solemne tontería, es lógicamente imposible
que dos personas tengan razón si sostienen posiciones contrarias.
El relativismo sostiene que la verdad es relativa al contexto, aunque no
hay acuerdo entre los relativistas sobre cuál es la unidad contextual. Según
algunos, dicha unidad es el individuo. Es decir, que la verdad depende de cada
individuo, cada uno tendría su verdad. Esta postura implica un subjetivismo
absoluto, y es opuesta a la existencia de verdades objetivas.
La mayoría de relativistas actuales sostiene que dicha unidad contextual es
la comunidad, o dicho con más precisión, la cultura. Es decir, la verdad sería
relativa a cada cultura. A este posicionamiento se lo denomina relativismo
cultural.
Los antropólogos, durante el estudio de las diferentes culturas, observaron
que las creencias y costumbres de cada cultura eran distintas, y que no había
normas universales. Se observa entonces que existe un relativismo cultural, que
cada cultura tiene sus normas. Este relativismo cultural podría denominarse
“descriptivo”, pues describe una realidad observada por los antropólogos. Sin
embargo, muchos quieren que dicho relativismo cultural sea “prescriptivo”, es
decir, que dicha realidad debe conservarse tal cual, de modo que no se puede
hablar objetivamente de lo que es bueno y malo, pues hay tantas valoraciones al
respecto como culturas. Las conductas que se den en el seno de una cultura sólo
pueden ser juzgadas desde el interior de dicha cultura. Dicho relativismo
aplicado a las normas de conducta se denomina relativismo moral.
Un problema del relativismo es que niega la existencia de progreso: puesto
que cada creencia o costumbre es valorable en función de su propio contexto, no
existen creencias o costumbres mejores que otras. El progreso, por otro lado,
presupone una dirección hacia creencias y costumbres mejores. Pero si decimos
que no existen costumbres o creencias mejores, entonces no hay motivo para
intentar mejorar este mundo, pues ningún esfuerzo constituirá una mejora en
tanto no exista un patrón objetivo de “mejor” y “peor”.
Si decimos que la ciencia no es más que un producto de un contexto cultural
concreto, y que no tiene más validez que la brujería, ¿para qué molestarse en
investigar para alcanzar nuevos logros científicos o médicos?
Otra debilidad del relativismo es que se trata de una idea autorrefutada:
se refuta a sí misma. Si uno afirma que todo es relativo, entonces dicha
afirmación también es relativa, con lo cual se admite la posición contraria,
que dice que no todo es relativo.
Referencias:
- El posmodernismo, ¡vaya timo! (Gabriel Andrade).
- El olvido de la razón (Juan José Sebreli).
- Imposturas intelectuales (Alan Sokal y Jean Bricmont).
Referencias:
- El posmodernismo, ¡vaya timo! (Gabriel Andrade).
- El olvido de la razón (Juan José Sebreli).
- Imposturas intelectuales (Alan Sokal y Jean Bricmont).