En este post voy a exponer las
tres ramas en que se divide el ecologismo, según la clasificación que realiza
Joan Martínez Alier en su libro “El ecologismo de los pobres”.
La primera corriente del
ecologismo es el llamado “culto a la
vida silvestre”, el amor por la naturaleza. Fue representado hace más de
cien años por el Sierra Club norteamericano, fundado en 1892.
Esta forma de ecologismo no se
opone a la economía de mercado, sino que supone una acción de retaguardia que
pretende conservar aquellos espacios naturales a los que dicha economía de
mercado todavía no ha accedido. Su propuesta política consiste en promover la
creación de reservas naturales.
Surge del amor a los bellos
paisajes, no del interés material que tiene la naturaleza. Sin embargo, tuvo
sustento científico con la aparición de la biología de la conservación. Los
defensores de este ecologismo esgrimen motivos estéticos, utilitarios (especies
comestibles y posibles medicinas) y apelan al derecho a vivir que tienen otras
especies. Como es habitual en la vida política estadounidense, también se apela
a la religión. Se acude a religiones orientales poco antropocéntricas, o a
eventos bíblicos como el del Arca de Noé, que fue un caso de conservación
animal.
Una característica del mencionado
Sierra Club es que en los años sesenta se oponía a la construcción de presas
hidroeléctricas, pues arruinaban el paisaje. Sin embargo, no se oponían a la
energía nuclear, oposición existente en la mayoría de organizaciones ecologistas
actuales.
La segunda corriente es llamada “el evangelio de la ecoeficiencia”.
Esta corriente sí que se preocupa de los efectos del crecimiento económico, y
dirige su atención a los impactos ambientales de las actividades industriales,
del urbanismo y de la agricultura moderna. Cree en un desarrollo sostenible, en
un crecimiento económico que tenga en cuenta el medio ambiente y el carácter
limitado de los recursos. Cree también en una “modernización ecológica” que se
apoya en dos pilares, uno económico y otro tecnológico. El económico está
basado en la idea de “internalizar los costes ambientales”, que consiste en que
las empresas paguen por contaminar, para que de esa manera traten de evitar
hacerlo, o que al menos su impacto ambiental se minimice. Hay varias propuestas
para lograr esto, como poner multas por contaminar, que haya que pagar
impuestos por las emisiones, etc. El otro pilar es el tecnológico, que apoya
los cambios tecnológicos que puedan ahorrar energía y materias primas.
Esta forma de ecologismo se
concibe como un remedio a la degradación inherente a la industrialización. A
diferencia de la primera forma de ecologismo, no aprecia el medio natural como
un fin en sí mismo, sino como una fuente de recursos que ha de ser conservada
por su utilidad para el ser humano.
La tercera rama es denominada por
Martínez Alier como “El ecologismo de
los pobres”, también llamado “movimiento por la justicia ambiental”. Nace
por el desplazamiento geográfico de fuentes de recursos y de sumideros de
residuos hacia los países del Sur. El desarrollo económico de los países
desarrollados necesita de la extracción de recursos en los países
subdesarrollados, cuyas poblaciones protestan y se resisten a la actividad
extractiva. Dichas poblaciones apelan a los derechos territoriales indígenas
y/o al carácter sagrado de algunos espacios. De todos modos el eje principal de
este movimiento no es tanto la sacralidad de la naturaleza como la propia
supervivencia de las poblaciones afectadas, que luchan por mantener el entorno
natural del que depende su sustento.
En EEUU, el movimiento por la
justicia ambiental se vertebra en torno a casos de “racismo ambiental”, un
fenómeno que consiste en que las zonas de las ciudades con más contaminación
atmosférica y con más residuos tóxicos son zonas habitadas por minorías
raciales. En otras partes del mundo, las protestas son protagonizadas por
campesinos cuyas tierras se han visto afectadas por la minería, pequeños
pescadores que se oponen al expolio de la pesca a gran escala, o personas afectadas
por fábricas que contaminan la atmósfera o los ríos. A pesar de ser grupos que
defienden el medio ambiente, en un principio no se autodenominaban ecologistas.
Sin embargo, esta forma de ecologismo tiene un potencial muy grande, pues ha
demostrado una gran capacidad de resistencia frente a la actividad extractiva
de grandes multinacionales, defendiendo el medio ambiente no sólo a nivel
local, sino también a nivel global. Esto se debe a que la oposición a la
extracción de combustibles fósiles mantiene el carbono en el subsuelo, de lo
contrario dichos combustibles serían finalmente quemados y por tanto
transformados en dióxido de carbono, gas que agrava el efecto invernadero, el
fenómeno más importante del Calentamiento Global.
Para conocer un ejemplo paradigmático
de lucha por la justicia ambiental, pincha aquí.
El mito del CO2 en 4 minutos:
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