En la publicación del mes pasado hablé del antijudaísmo económico y del religioso, los dominantes durante el medievo, así como de las acusaciones que recaían en aquella época sobre los judíos y sus comunidades.
Ahora toca hablar del antisemitismo como tal, en sentido estricto. El término fue ideado en 1873 por el periodista alemán Wilhelm Marr, y tenía un sentido racial. El antisemitismo no es otra cosa que el odio o rechazo hacia la “raza judía”. Esto implica dos elementos: el primero es la idea de que los judíos son un grupo racial con unas características biológicas distintivas, y el segundo considerar a este grupo como biológicamente inferior y merecedor de rechazo, odio, discriminación o cosas peores.
El antisemitismo es esto y no otras cosas que se oyen. Es una falacia considerar antisemita a quien se oponga al sionismo, como algunos dicen. Oponerse al sionismo es un posicionamiento político que no tiene por qué tener implicaciones raciales o biológicas. De hecho, es raro que las tenga a día de hoy, tiempo en el que el concepto de raza está superado y abandonado desde el punto de vista científico, al menos a la hora de hablar de la especie humana. Eso no quita que en momentos como el actual, con Israel lanzando bombas a diestro y siniestro de manera inmisericorde, salgan algunos diciendo que los judíos son perversos, avaros, que dominan el mundo en la sombra, que si siempre se los ha odiado será por algo… Curiosamente estos comentarios racistas suelen venir de gente de izquierdas, no de gente de "ultraderecha".
Pero por el lado de los antisionistas también hay otra falacia: partir de la etimología de la palabra “antisemitismo” y decir que es el odio a los pueblos semíticos, es decir, tanto hacia los árabes como hacia el pueblo hebreo. Con ello acusan al Estado de Israel y a los israelíes de ser ellos los antisemitas, puesto que oprimen y asesinan a árabes siendo ellos mismos europeos (recordemos que buena parte de la población israelí es descendiente de inmigrantes europeos). Este argumento es de lo más torpe, queriendo dar la vuelta a la tortilla agarrándose al clavo ardiendo de la etimología. Es la llamada falacia etimológica. La utilizada, por ejemplo, por quienes se oponen al matrimonio gay diciendo que “matri” proviene de “madre”. El mismo absurdo, el mismo ridículo intelectual.
Clara la definición, y por dar continuidad al artículo del mes pasado sobre el antijudaísmo medieval, podemos pasar a tratar el modo en el que evolucionaron las acusaciones contra los judíos en la Edad Contemporánea.
Esta etapa histórica nace con la Revolución Francesa de 1789, tras la que van surgiendo las democracias liberales burguesas. Los nuevos estados-nación democráticos tienen como miembros de la comunidad a los ciudadanos, que no son ya súbditos del rey, sino votantes y por ende dueños del destino del país.
En los diferentes países europeos van conformándose cuerpos nacionales en los que se integra a los judíos (y otras minorías) como ciudadanos de pleno derecho. Hay una política de integración y asimilación, pero no todo es bonito para los judíos, la fusión de unos grupos étnicos con otros no es tan sencilla en la práctica como lo es sobre el papel. ¿Por qué? Pues es obvio que el odio a los judíos persistía como residuo vivo del medievo.
Cuanto más se integraron los judíos, más odio suscitaban en quienes los odiaban, ya que decían que se ocultaban, pensando que el engaño forma parte del carácter racial judío. La ocultación sería una prueba más de su carácter diabólico.
En buena parte de Europa se pensaba que los judíos conspiraban para dañar a las naciones desde dentro, y que avanzaban disfrazados para conseguir mejor sus intereses. Supuestamente sufrían de la envidia de no tener una nación propia y querían destruir a las demás.
Paradójicamente, también se rechazaba a los judíos que no querían integrarse ni salir de sus guetos, conservando su identidad y sus costumbres frente a la amenaza de “desaparición por integración-asimilación”.
Y, cuando a un antisemita se le muestran pruebas de que los judíos no conspiran, en vez de abandonar sus ideas, las consideran como más razones para sus convicciones. Consideran que esas pruebas son argucias de los judíos para ocultar sus maquinaciones y conspiraciones.
¿Y qué conspiraciones eran esas? Pues la más conocida era la de dominar el mundo a través de la política, la banca, la prensa… Recordemos que los judíos solían tener profesiones intelectuales: profesores, médicos, banqueros, periodistas… Se les acusaba de copar estos puestos para ejercer poder e influencia.
Un hito importante a la hora de forjar la idea de que los judíos desean la dominación mundial es la aparición de un texto llamado “Los Protocolos de los Sabios de Sion”, en que se desvelan los planes judíos de dominar el mundo a través de la masonería y mediante la infiltración en el movimiento comunista. El documento era una farsa, fue inventado en 1900 por la policía zarista para justificar los pogromos que sufrían los judíos en el Imperio Ruso.
A esto se le suma que los nacionalismos más radicales y de inspiración romántica, tales como el alemán, admiraban la vida campestre y al campesinado como alma de la nación, y despreciaban las profesiones intelectuales, ejercidas precisamente por los judíos. Se los consideraba incluso biológicamente incapaces de vivir en el campo, ante las inclemencias de la naturaleza. Conviene recordar que el romanticismo idealiza el pasado, muchos jóvenes románticos de las ciudades sienten nostalgia por la vida en el campo, al aire libre, y grandes grupos van a los bosques y a la montaña, creándose una mitología agreste.
Los nacionalismos de cariz romántico eran etnicistas, lo cual significa que para ser miembro de la nación no bastaba con adquirir la ciudadanía, sino que había que tener “sangre nacional” y tener la cultura nacional. La conocida mística de la “sangre y el suelo” (imagen inferior, Blut and Boden) tiene que ver con eso.
Pues bien, los nacionalistas alemanes excluían a los judíos del cuerpo nacional. ¿Acaso no tenían lengua, religión, tradiciones y leyes propias? Pues bien, también se los excluyó desde el punto de vista biológico por ser supuestamente de otra raza, de otra sangre. Esta forma de nacionalismo incorpora las teorías raciales que fueron tomando cuerpo a lo largo del siglo XIX, teorías que darían para hablar en un texto aparte. Y claro, si eres de otra sangre, de otra raza, nunca serás un verdadero alemán por mucho que te integres y dejes de lado el judaísmo y la cultura judía. He ahí el punto esencial, la negación de la posibilidad de integración y el deseo de que el judío sea extirpado de la nación. Si los nazis consideraron que la "solución final" a la cuestión judía era el exterminio fue precisamente por considerar imposible la integración y asimilación.
¿Y de dónde sale la idea de que los judíos querían instrumentalizar el comunismo para dominar el mundo? Pues, aunque se trate de una idea fantasiosa, no sale de la nada. La clave no está, como muchos creen, en que muchos líderes revolucionarios fueran de origen judío, como Rosa Luxemburgo, Eduard Bernstein, Karl Liebknecht, Karl Radek, Grigori Zinoviev, Lev Trotsky o el propio Marx; sino en que se establecen asociaciones entre “lo judío” y el comunismo. La clave está más bien en el carácter internacional de la revolución: se da a la vez en países diferentes, con los mismos objetivos en todo el globo... Los judíos se esparcen por toda Europa, se dice que quieren dominar el mundo… La revolución parece tarea de judíos que quieren demoler las naciones y establecer su propio gobierno global. Se podría decir que la revolución sería el vehículo oculto para alcanzar el dominio mundial.
Hoy en día mucha gente da totalmente la vuelta a este argumento y asocia judaísmo y capitalismo, hablando de los Rothchild y de otras familias de origen judío que dominan las finanzas internacionales a su antojo e intereses, y usando el argumento de que un gran porcentaje de los “ultrarricos” son judíos.
Terminaré hablando de dos acusaciones más, especialmente remarcables poco antes del Holocausto, en la Alemania de entreguerras. La primera de ellas es nada menos que decir que los judíos causaron la derrota de Alemania durante la Primera Guerra Mundial. ¿Por qué? Por ese deseo que supuestamente tienen de demoler las naciones desde dentro. Habrían podido dinamitar el desarrollo de la guerra al ocupar cargos relevantes dentro de la administración pública.
La siguiente acusación tiene que ver con el Crack del 29. Alemania acusaba una terrible crisis, con un paro extremo y grandes dificultades para subsistir. Pero daba una especial rabia que los judíos no sufriesen tanto, por tener trabajos más cualificados y por ayudarse entre ellos. Esto de que “se ayudan entre ellos” siempre ha despertado envidias, contra los judíos y contra toda minoría étnica dentro de un país, pues esas minorías tienden a formar redes de apoyo mutuo, lo cual desquicia al nacional que no forma parte de ellas.
Este artículo termina aquí y tendrá como continuación otro texto más sobre la cuestión del sionismo, una ideología que no se puede entender sin el fenómeno que la originó, que fueron el antisemitismo y las políticas antisemitas.
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