El término “sionismo” se utiliza mucho pero es difícil dar
con una definición precisa y que a la vez satisfaga a todo el mundo, sobre todo
debido a la marcada polarización existente. Ni siquiera está del todo claro qué
clase de cosa es el sionismo. La pregunta “¿qué clase de cosa es esto?” es
clave para empezar a definir algo. Para definir el león hay que empezar
diciendo que es un tipo de animal, para definir un destornillador hay que
empezar diciendo que se trata de una herramienta, etc.
Pues bien, ¿Qué es el sionismo? ¿Una ideología? ¿Un mero
nacionalismo judeo-israelí? ¿Un proyecto político? ¿Una vertiente extremista
del judaísmo? ¿Una forma de racismo? ¿Una política exterior concreta de Israel?
La etimología puede ser un comienzo aunque no siempre sea
algo suficiente. El sionismo toma su nombre de Sion, una colina de Jerusalén
donde se ubicaba una fortaleza jebusea que fue conquistada por el Rey David.
Esta colina se considera el corazón de Jerusalén y de Israel por motivos
bíblicos e históricos que resultaría engorroso detallar en este texto.
El sionismo, en su origen, sería el movimiento político
basado en el anhelo de muchos judíos por retornar a la tierra de sus
antepasados, la Tierra de Israel (Eretz Israel).
Ese anhelo no lo han tenido siempre los judíos por mucho que
así lo sugiera el Himno de Israel, ni mucho menos ha sido una aspiración de todos los judíos. Es cierto
que muchos sí, tal y como muestran los poemas de Yehuda Halevi, judío hispano
de los siglo XI y XII. Algunos emigraban a Palestina, aunque fuese simplemente
para morir allí. Pero no era una idea generalizada entre los judíos, de hecho
su religión dicta que deben retornar a la Tierra de Israel sólo tras el
advenimiento del Mesías, lo que iniciaría una edad de oro para los judíos y
para toda la humanidad. Los muertos resucitarían y se instauraría la paz
mundial. Incluso los animales dejarían de comerse unos a otros... Cuestiones apocalípticas aparte, vale la pena remarcar que el sionismo no es una ideología
religiosa por mucho que surja de la comunidad judía. No es una prolongación del
judaísmo, ni una forma extrema del mismo. Insisto en ello: su credo dicta que
hay que esperar a la llegada del Mesías para el retorno del pueblo judío a Eretz
Israel. De hecho la gran mayoría de rabinos se opusieron al sionismo desde
el principio e incluso quisieron boicotear la celebración del primer congreso
sionista (1897).
Volviendo a la cuestión sobre “qué clase de cosa” es el
sionismo, podemos concretar más y añadir que se trata de un proyecto
nacionalista con una serie de peculiaridades importantes.
El contexto ya lo desarrollé en mi último artículo. Surgen los estados nación modernos, los judíos pasan a ser
ciudadanos de pleno derecho… Pero surge el antisemitismo como rechazo a la
integración de las comunidades judías, un rechazo etnicista y racista. La
población judía sufre ataques y matanzas (los llamados pogromos) y se genera un
clima de terror y de alarma, sobre todo en las comunidades del Imperio Ruso y
de Europa Central y Oriental.
Ese terror, esa urgencia, esa amenaza existencial es lo que hace que el anhelo se transforme en necesidad. Muchos judíos empiezan a organizarse para emigrar a Palestina y comprar tierras allí, aunque la mayoría emigran a otros lugares, siendo EEUU el destino más popular.
Como proyecto nacionalista, se trata de un proyecto en pleno
sentido. No es un nacionalismo como el italiano o el alemán, que crearon
naciones nuevas durante la segunda mitad del siglo XIX a partir de una base
histórica, lingüística y territorial bien cimentadas. Los sionistas no tenían
soberanía sobre un territorio, ni una lengua común, ni una identidad
unificadora más allá de una religión, una cultura y, ahora sí, un anhelo común
de escapar de las persecuciones, el odio y la discriminación. Fue más “aparatoso”
para ellos fundar su nación. Era un proyecto económico, ya que se compraron
tierras, se instalaron grupos de inmigrantes que pudieran prosperar; pero
también era un proyecto diplomático, puesto que se movieron hilos a nivel
político para que se les concediera un “Estado Judío”, bien en Palestina o en
donde fuera posible. Hubo contactos y reuniones con autoridades del Imperio
Británico o del Otomano para conseguirlo. Por eso digo que es un proyecto
propiamente dicho, en el sentido más empresarial que puede tener un movimiento
nacionalista.
Este proyecto tiene otra característica peculiar: es una
colonización sin metrópoli definida. Cualquiera puede imaginarse a británicos
saliendo de su isla para conquistar territorios en África o en Asia,
extendiendo su poder político, económico y militar. Pero la colonización judía
de Palestina, tanto antes como después de la fundación del Estado de Israel en
1948, no es tan visible como proceso colonizador. No hay una potencia o imperio
colonizador como tal, ni extracción de recursos, sólo grupos que van llegando
porque huyen de un antisemitismo que surge en el siglo XIX y culmina con el
Holocausto. ¿Cómo unos judíos desvalidos y perseguidos van a ser vistos como
colonizadores?
En cuanto a las peculiaridades del sionismo en tanto
nacionalismo, se trata de un nacionalismo claramente etnicista, de inspiración
romántico-germánica. Pues recordemos que hay nacionalismos cívicos y
nacionalismos étnicos. Los primeros son el francés o el estadounidense: es
miembro de la nación quien tenga la ciudadanía y adquiera con ello derechos y
deberes. Los nacionalismos étnicos son más propios de Europa Central y
Oriental, y son producto del romanticismo alemán. El tema es muy interesante,
rico en detalles y ya lo sobrevolé en el artículo anterior, pero resumamos
diciendo que en un nacionalismo étnico se considera miembro de la nación a
aquella persona que tenga “sangre nacional” y que tenga la cultura nacional. Es
decir, que tenga un mínimo de antepasados autóctonos y que además haga uso de
la lengua y costumbres nacionales.
Este nacionalismo fue el que excluyó a los judíos de las
naciones europeas, el que quiso extirparlos del cuerpo nacional. Pero también
fue este estilo de nacionalismo el que impregnó las mentes de los primeros
sionistas, que eran judíos centroeuropeos, los llamados askenazíes. Eso
mamaron, eso parieron. El sionismo consideraba nacionales sólo a los judíos,
aunque fuesen judíos laicos cuya “judeidad” fuese cultural y/o biológica en vez
de puramente religiosa. Pues ocurre que el propio judaísmo contiene
consideraciones biológicas o de sangre. Mientras que muchos rabinos permiten el
ingreso de todo tipo de personas mientras sigan los ritos y los preceptos
judíos (la halajá), otros son más exigentes y exigen que tus antepasados
o que al menos tu madre sea judía. Muchos de ellos se basan en el libro de
Esdras, que fue un sacerdote del siglo IV a.e.c. que exigía que los judíos no
se mezclaran con otros pueblos, llegando incluso a disolver los matrimonios
entre judíos y gentiles (goyim), queriendo aislar
reproductivamente/biológicamente a la comunidad.
Es irónico, ya que los sionistas abrazan el nacionalismo
étnico, el mismo que los excluyó. Hitler y otros nacionalistas europeos que lo
precedieron hablaban de la sangre judía, de la raza judía. Pues muchos judíos
sionistas, en vez de querer contrarrestar esta idea tan peligrosa y nociva, lo
que hicieron fue asumirla y decir: “sí, efectivamente. Somos una raza
diferente. No podemos ni debemos integrarnos en los pueblos de Europa. Debemos
separarnos y fundar nuestra propia nación étnica.” Esto sobresaltó a muchos
judíos que querían integrarse en Francia, Alemania… “¿Cómo que debemos irnos y
fundar otra nación? ¡Somos franceses, somos alemanes, debemos integrarnos
aunque conservemos nuestra religión! ¡No le demos la razón a los antisemitas!”.
La segunda posición, la propia de los judíos reformistas,
suena bien pero era más o menos sencilla en Francia o Gran Bretaña, no tan
sencilla en Alemania e inviable en el Imperio Ruso: los judíos rusos debieron
esperar hasta el triunfo de la Revolución Rusa (1917) para poder ser aceptados
como ciudadanos. Es una fecha bastante posterior a los debates fundacionales
del sionismo.
No obstante, definir al sionismo simplemente como un cierto
tipo de nacionalismo sui generis puede resultar poco satisfactorio, limitado.
¿Acaso los estados y gobiernos francés, chino o indonesio no son también
nacionalistas en cierto sentido? Si toda nación tiene su nacionalismo propio,
¿qué le podemos reprochar a los sionistas? He aquí un problema.
Y el problema se debe a las peculiaridades ya no sólo
ideológicas, sino históricas del sionismo. El Estado de Israel se fundó
a través de la colonización y de la expulsión de pobladores autóctonos en una
época muy tardía (el país nace como tal en 1948) y de manera especialmente
agresiva para su época.
Conviene recordar que la génesis de las naciones es un
proceso violento. España surge de la Reconquista, EEUU de la expulsión de los
indios americanos, otros muchos países nacen de guerras de independencia, de
unificaciones violentas de territorios y reinos otrora separados, China surge
de guerras civiles una tras otra…
Israel surge de una colonización pura y dura en una época en
la que lo que estaba empezando a ocurrir a nivel mundial era justo lo contrario,
la descolonización. Es sobre todo por esta razón que haya tanta oposición al sionismo, se trata
de un nacionalismo muy violento en una época en la que no estamos habituados a
ello, y en la que, por cierto, ya es ilegal quedarte territorio ajeno a través
de la guerra.
Para continuar y poder superar las limitaciones de este breve análisis es esencial profundizar en el desarrollo histórico del sionismo, de lo contrario no hay comprensión posible. En el próximo artículo hablaré del protosionismo y de los intelectuales previos al surgimiento del sionismo político moderno.
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