cabecero4

cabecero4

sábado, 24 de noviembre de 2018

El discurso xenófobo de Pablo Casado, a la caza de la racionalidad


Hoy he oído en el telediario un corte de un discurso de Pablo Casado, en el que decía que no puede ser que los inmigrantes entren en España sin adoptar nuestras costumbres, incluyendo valores como la igualdad entre el hombre y la mujer, el respeto a la Constitución y otros valores occidentales. Decía que en España no tienen cabida costumbres como la ablación de clítoris o el sacrificio de carneros.

Este discurso me parece preocupante. En primer lugar, es una muestra más de la actual radicalización de la derecha, acelerada tras el reciente y muy sonado mitin de Vox. La derecha española, por primera vez, parece estar sometida a las tendencias reinantes en el resto de países de la Unión Europea.

Sin embargo, lo que me parece más preocupante es que este tipo de discurso xenófobo tiene un gran poder de penetración, en buena medida debido a ciertos errores de la izquierda.

En primer lugar, este discurso aprovecha de manera inteligente la creciente popularidad de las luchas feministas (violencia de género, cuotas de representación, etc.). Ante el aumento de la preocupación por las conductas machistas, Pablo Casado se convierte en defensor de la mujer al oponerse a la influencia cultural que pudieran tener los inmigrantes musulmanes o latinoamericanos por provenir de culturas machistas, y pudiendo ser, por tanto, “portadores” de creencias y costumbres machistas.

En segundo lugar, este discurso de Casado defiende la cultura occidental, mientras la izquierda cada vez coquetea más con el multiculturalismo y con la idea de que “todas las culturas son válidas”. Y esto lo hace de diversas maneras: decir que el islam es una religión de paz, ir a manifestaciones en defensa del islam, felicitar el Ramadán desde cuentas oficiales de partidos de izquierdas… Lo que más me ha llamado la atención de todo esto es el concepto de “feminismo islámico”, que es una especie de feminismo que pretende no chocar demasiado con el islam en su ánimo de adaptarse a las férreas culturas religiosas de los países de Oriente Medio. La gran genialidad de este invento es que las feministas occidentales apenas denuncian la ablación de clítoris, alegando que esta postura sería “paternalista” con las mujeres de países islámicos. Que ellas mismas decidan cómo enfrentarse a esta grave violación de los derechos humanos. Así es como el relativismo cultural está disolviendo la universalidad del feminismo. ¿Quién monopoliza ahora la oposición a la ablación de clítoris? Pablo Casado.

Cierta izquierda española, prisionera de la corrección política, parece no ver contradicciones entre la defensa de los derechos de la mujer y la defensa del islam, ni entre felicitar el Ramadán y oponerse a la institucionalización de la festividad de la Semana Santa. Todo sea porque ningún sectario de Twitter te llame “islamófobo”.

La izquierda debería recuperar su posición como defensora de la racionalidad, la laicidad, la democracia y la igualdad. Ha dejado de hacerlo al coquetear con el islam y el multiculturalismo, y tarde o temprano iba a suceder que la derecha ocupase esta posición ideológica ventajosa, como ya advirtió, entre otros, Gabriel Andrade. Por eso he puesto en el título del artículo que Casado va a la caza de la racionalidad, racionalidad olvidada por cierta izquierda.

Pero no, seguramente la mayor parte de personas de izquierdas se limitará a decir que Casado es un racista. Y Casado tendría razón si dijese que no, pues no hay nada racista en defender la cultura occidental, ni tampoco en la defensa de una política asimilacionista (integrar a los inmigrantes en la cultura occidental, de modo que hagan suyos los valores occidentales).

Lo que sería racista sería lo contrario, es decir, promover que los inmigrantes conserven la cultura de sus países de origen, ponerles una “camisa de fuerza étnica”, encerrarlos en su religión, en sus prejuicios, en sus “ancestrales” costumbres antimodernas, etc. 

Es deber de las civilizaciones liberar a todos sus ciudadanos de creencias erróneas y entregarles la ciencia, liberarlos de costumbres opresivas y mostrarles el pensamiento democrático.

Para terminar, si un blanco le dijese a un negro que se limitara a tocar el tambor y a hacer hechizos, se le tildaría de racista, y con razón. Pues bien, esto mismo pretenden ciertos multiculturalistas, paradójicamente. Y tristemente.