Estamos a 8 de marzo y resulta inevitable recordar la pasmosa velocidad a la que el feminismo está entrando en decadencia. El hundimiento de una izquierda que lo ha apostado todo por esta ideología, el auge de la extrema derecha, la pérdida de ímpetu y de unidad del movimiento feminista organizado, las grandes decepciones que han traído los “gobiernos feministas”, la quiebra del relato del “hombre feminista” tras los casos de Errejón y Monedero...
No obstante, lo más sintomático es, a mi juicio, el miedo que ha perdido la gente de a pie a confrontar con las ideas del feminismo. Ideas en muchos casos profundamente absurdas y peligrosas. Es cierto que el feminismo nos trajo ciertas reflexiones novedosas y una crítica muy necesaria a prejuicios y actitudes machistas muy arraigadas en nuestra sociedad, pero ha ido demasiado lejos en algunas posiciones y postulados.
Muchas ideas y eslóganes han penetrado en nuestras mentes, ideas equivocadas y eslóganes irracionales. Unos los asumen, otros reaccionan en contra, pero son ideas que han ganado prevalencia, al menos en España. Normalmente, cuando surgen buenas ideas e innovaciones intelectuales, se extienden y se generalizan por su valor intrínseco, siempre y cuando no amenacen seriamente ciertos intereses políticos o de clase.
Pero muchas ideas feministas se han instalado en nuestra vida cultural no por ser buenas ideas, sino por el sectarismo implacable con el que se han extendido. Si llevas la contraria a una feminista, eres un machirulo fascista y poco menos que un hijo de puta adorador de Satán que desea la esclavitud de las mujeres y el retorno al siglo XIV. Habrá que hablar con tu jefe para que te despida.
El feminismo lleva años evitando los debates, queriendo zanjarlos con frases lapidarias y resistiendo con gritos colectivos ridículos para intentar silenciar a la disidencia. Pero la gente, como digo, ha ido perdiendo el miedo paulatinamente, y comprueba lo sencillo que es rebatir la mayoría de argumentos del feminismo. No sólo porque muchos no se sostienen desde el punto de vista del pensamiento racional, sino por la poca profundidad de ideas que muestran la gran mayoría de feministas. Con un par de intercambios verbales ya sale a la luz la irracionalidad de muchos de sus postulados. Unos tardan más, otros menos, pero la toma de conciencia respecto de las imposturas del feminismo va avanzando a la vez que se disipa el temor a confrontar.
Continuemos con un salto a un tema de relativa actualidad: el caso Rubiales, que protagonizó más de un telediario durante el mes pasado. Un caso que, si lo trasponemos 10 años hacia el pasado, sería impensable. ¿Dos años y medio de cárcel para un señor por haberle dado un pico a una jugadora de fútbol en mitad de una celebración? ¿Que ese pico haya sido causa de una cancelación mediática sin precedentes? ¿Que tanta gente apoye a Jenni Hermoso cuando ella misma le quitó importancia al suceso en una entrevista posterior? ¿Qué ha pasado en estos últimos tiempos? ¿Cómo se ha llegado a esta situación tan esperpéntica y distópica?
Mi intención es tratar de exponer mi visión sobre estas últimas preguntas y realizar una serie de artículos en las que hablaré de los elementos en los que, en mi opinión, el feminismo ha ido demasiado lejos.
El primer exceso del feminismo del que voy a hablar tiene que ver con el famoso eslogan que dice así: “hermana, yo sí te creo”.
¿De dónde procede esto? Pues de la crítica feminista al estamento judicial, al que se acusa de ser machista e incluso fascista. ¿Por qué? Pues por no creer a las mujeres cuando denuncian que un hombre las ha maltratado, agredido o violado. Deben de esperar que, cuando una mujer acusa a un hombre de este tipo de delitos, dicho hombre ha de en prisión automáticamente, sin juicios ni investigaciones.
No deben de saber que los delitos se investigan, que hay que hacer averiguaciones para dilucidar lo que ha sucedido antes de condenar a un sospechoso. Porque cuando una persona denuncia a otra, esa otra no es culpable como por arte de magia, esa persona es sospechosa, con estatus de acusado, no de culpable. Es inquietante que, con una frase, se quiera negar todo análisis del caso. Gente que no tiene ni la más remota idea de lo que ha ocurrido en tal o cual caso, declara saber quién es el culpable.
Pero ante esto están los siguientes mantras feministas: “si una mujer dice que la han maltratado, es que la han maltratado”. “Si una mujer dice que la han violado, es que la han violado”. He aquí un exceso del feminismo hegemónico: empiezan queriendo derribar prejuicios sobre las mujeres y acaban afirmando que las mujeres son una especie de ángeles puros de corazón que no mienten cuando denuncian. Se van al extremo opuesto, a la más pura ingenuidad. O al menos desean que los receptores de su propaganda vivan en esa ingenuidad. Y lo peor es que yerran en su objetivo de derribar prejuicios, y lo que derriban es un principio básico de todo estado de derecho, que es la presunción de inocencia. Hasta los principios más básicos del derecho e incluso de la más pura lógica han de ser sacrificados en el altar del feminismo.
Ante esta crítica están prevenidas, alegando que las denuncias falsas son un porcentaje ínfimo del total de denuncias interpuestas, menos de un 1%. Esto es un bulo manifiesto, quien quiera ahondar en ello tiene aquí un vídeo en el que se expone muy bien el tema, con una continuación en la que se analiza un estudio del Consejo General del Poder Judicial para exponer que en torno a un 25% de los casos de denuncias por violencia de género son casos en los que la denunciante se contradecía o no era creíble, incluyendo casos de autolesiones, fotos trucadas y demás argucias para acusar en falso a sus parejas o exparejas, siendo la inmensa mayoría de ellos casos en los que la susodicha no era condenada por denuncia falsa debido a que la fiscalía no actuaba de oficio contra ellas.
Yo he escuchado todo tipo de respuestas agresivas al esgrimir esta cuestión, pero el nivel se sectarismo del feminismo en España es tal que ha anulado el pensamiento crítico de muchísima gente. Y hablo de personas, a priori, con buenas dosis de sentido crítico, pero que lo anulan a la hora de hablar de feminismo, soltando eslóganes absurdos de manera robótica. Síntoma claro de un profundo lavado de cerebro.
Esta defensa acérrima de las mujeres ha tenido como consecuencia que muchas feministas hayan hecho el ridículo defendiendo a ultranza a personajes inquietantes como Juana Rivas, que se montó películas rocambolescas sobre que su exmarido era un maltratador para luego secuestrar a sus hijos, engañándoles y obligándoles a decir que su padre les pegaba. Parecido fue el caso de María Sevilla, otra secuestradora que incluso tuvo a su hijo sin escolarizar. Más de un partido de izquierdas apoyó a estas mujeres, y lo sigue haciendo a pesar de todas las cosas turbias que fueron saliendo a la luz sobre ellas.
Una vez, en una discusión sobre el tema, una feminista me acabó reconociendo que sí es posible que una mujer sea una mala persona con su pareja o expareja y una mentirosa. Pero para después añadir que, si un hombre se lía con una loca, es su problema, que debió tener cuidado al elegir a su pareja. Es demencial: pasamos a culpar a la víctima, un pecado mortal desde la óptica del propio feminismo. ¿Y si yo argumentara que una mujer maltratada es culpable de haberse juntado con un maltratador? Posiblemente querrían meterme 85 años en la cárcel.
Termino con un caso paradigmático: Alberto Fernández, expresidente argentino peronista, fue acusado de violencia de género por parte de su exmujer. ¿Cómo reaccionó buena parte de la izquierda argentina, amiguita del expresidente? Pues diciendo que era una acusación falsa. De repente, esa izquierda encontró una excepción al mantra del “yo sí te creo”. Cuando el acusado es de los suyos, ya se acabó la validez del eslogan. Más hipocresía que ayuda al declive del feminismo.
La historia avanza y va desechando las ideas que no funcionan, las ideas que no resisten el análisis racional. Van floreciendo ideas novedosas, pero se marchitan en más o menos tiempo conforme se refutan y derriban los elementos nucleares del edificio ideológico en cuestión. Escupir sobre las ideas que son absurdas es una importante tarea a la hora de hacer avanzar la historia de la mano de un mayor progreso intelectual, cultural y político.